Al límite de la raya amarilla | Últimas Noticias
Las venas subterráneas de la capital están a punto de reventar. El crecimiento de las líneas, la falta de mantenimiento, los retrasos, las fallas y la pérdida de la "cultura Metro" se mezclan en un caldo de cultivo que convierten el traslado cotidiano de los caraqueños en una experiencia impredecible y, en la mayoría de los casos, nada satisfactoria.
6:50 am. No son ni las siete de la mañana y el vapor asfixia los rostros. El tren se aproxima. La masa va arremolinándose contra las marcas de las puertas. ¡Preparados, listos, adentro! El nudo de gente se empuja, se atasca y se zafa hasta poder pasar.
Desde el vagón sale el único vaho frío que podrá sentirse en el recorrido. El tren llega vacío a buscar pasajeros en la estación terminal Zoológico.
Permanece en el andén unos minutos, pero no cabe ni la mitad de un cabello en el vagón. Suena frenético el "tuuu, tuuu, tuuu". No cierran las puertas. No arranca. De nuevo. "Tuuu, tuuu, tuuu".
Amaga un primer intento. Cierra y abre. Vuelve a cerrar. Sale. Como si no hubiese abordado nadie, el nudo de gente se arma idéntico en las puertas que acaban de dejar el espacio vacío hacia los rieles.
"Para atrás, para atrás que nos vamos a ir pa'bajo", gritan los que quedaron en primera fila. Otros grupos se multiplican a lo largo del andén. Ya no hay espacio libre ni fila que valga. O te paras en la puerta o no te vas.
Cuatro trenes después y 35 minutos más tarde, comienzan a apremiar los relojes.
"Hubiese salido a las seis (de la mañana), pero se me hizo tarde con el niño. Ahora sabrá Dios a qué hora voy a llegar", conversa algo ansiosa una joven que todavía tiene una fila de gente delante para abordar.
"Hay días de días. Hoy está medio decente, pero es que ya no cabe más nadie. Para esta cantidad de gente deberían llegar trenes cada dos o tres minutos", replica una señora en tacones que aguarda cerca de la joven.
Y de nuevo se acerca el tren. La postura física cambia. Las mujeres se enderezan y se protegen con los codos como boxeadores en un ring.
"En este me voy como sea. Me van a dar las ocho de la mañana aquí", dice la joven. Y lo logra. Empuja, se mete entre los cuerpos y finalmente aborda como absorbida por un imán. Quedó del otro lado de la puerta. Ni siquiera ve dónde están los puestos. Ahí se queda y respira. El aire acondicionado está, pero no se siente.
La señora de los tacones repelió el ataque de entrada y se quedó al borde de la raya amarilla esperando el próximo. En el que viene sí se va, asegura.
Al arrancar, los que no tuvieron de dónde agarrarse tienen que recurrir al techo para medio sostenerse. Alzan la mirada y se encuentran con una enorme réplica del tíquet amarillo: "Estamos tomando medidas. Sigue las reglas".
La campaña de concientización empezó el lunes 15 de noviembre y forma parte de la visual de los pasajeros; en el suelo, en las paredes, en el piso, detrás de la raya amarilla.
El mensaje apunta al descontento general que desembocó en la protesta del viernes 12 de noviembre, en el que fueron detenidos 35 pasajeros en la estación Propatria.
Los mensajes de usuarios que llegan a través de la cuenta de Twitter @caracasmetro indican minuto a minuto las irregularidades que presenta el sistema y reflejan las impresiones y quejas de los usuarios en los problemas que enfrentan durante sus traslados.
También por su twitter el ministro de Transporte y Comunicaciones, Francisco Garcés, expresó el viernes 19 de noviembre, después de una semana de tensa calma: "Durante los últimos años el uso del Metro se duplicó, pero el mantenimiento era igual que antes. Esa es la causa y lo estamos corrigiendo".
10:30 am. El aire circula vaporoso en la multiterminal estación Plaza Venezuela.
Los vagones con aire acondicionado son un azar. En segundos llegan las oleadas. Desde arriba, los que vienen de la superficie. Abajo, un río humano que confluye y arrolla a los desprevenidos.
En el andén se da la lucha feroz. Las líneas marcadas en el suelo para hacer fila desaparecen ante la estampida que corre hacia el tren para llegar a los diversos destinos.
Esos puntos son tan variados como los lugares de donde llegan: 13 que vienen de la Línea 1 (Zoológico/Las Adjuntas-El Silencio) que además trae a los usuarios del sistema Metro Los Teques.
Otras cuatro estaciones de la Línea 4 se suman en Capuchinos y desembocan en Zona Rental.
Ocho estaciones más se agregan de la Línea 3, en la que también vienen los usuarios de la conexión ferroviaria de Valles del Tuy.
Por si fuera poco, Plaza Venezuela es el corazón de la Línea 1, que lleva sobre sus rieles un promedio diario de 2 millones de pasajeros que pasan por 22 estaciones. En Plaza Venezuela siempre es hora pico.
1:00 pm. En la estación Capitolio se bajan los que acaban de cantar. El grupo de tres muchachos se dispersa entre sí, pero se mezcla con el bloque de gente que va de salida.
Han cantado como pueden. Una versión sencilla de balada-pop que van pasando entre pasillos, que sin ir repletos tampoco dejan mucho espacio para el despliegue artístico.
El ánimo de la gente no es de concierto. Sin mucho entusiasmo, algunos les dan monedas. Otros siguen de largo y abren el paso forzado que vienen haciendo desde la estación La Hoyada para no perder tiempo.
"Con esta martilladera ya no se puede. El que pide porque está enfermo, la que vende chucherías. Y ahora los que cantan", reclama una pasajera que va sentada con dos niños en uniforme de colegio.
Su vecino de enfrente levanta la vista del periódico y no disimula su fastidio: "Le faltó decir: 'Y los que roban'. Yo prefiero a los que por lo menos traen música".
Al mal tiempo. El humor también viaja; el bueno para pasar con algo de gracia y resignación la cantidad de empujones diarios.
"Por lo menos preséntate si te vas a pegar tanto", le dice una muchacha a un joven, demasiado cercano, que aborda en la estación Bellas Artes.
Pero cuando la incomodidad es la norma, el humor de cualquiera se torna gris.
Franki Ruggiero, de 10 años de edad, ya lo ha visto en sus peores expresiones: "Los miércoles y viernes voy de Palo Verde a Chacao, con mi abuela y mi hermana de 8 años. La semana pasada, dos mujeres se dieron golpes porque una quería meterse y otra se coleaba. El calor era horrible y me temblaban las piernas".
Franki usa el subterráneo a las cinco de la tarde, cuando sale de sus clases de música. Es una de las horas de mayor complicación en el sistema. "A veces tenemos que dejar pasar hasta seis trenes para poder montarnos. Hay días que quisiera irme por otro transporte", comenta Franki.
Por su corta edad, Franki no tiene en sus referencias el "Metro de antes", como recuerdan algunos usuarios.
El modelo ejemplar que sirvió en la década de 1980 y 1990, incluso como paseo familiar o visita turística, quedó como parte de la memoria colectiva.
"Cuando uno se trasladaba cómodamente, se notaba de inmediato el que rompía las reglas. Todavía recuerdo la campaña 'Señalen al abusador'. Era un señor bien feo portándose mal dentro del Metro. Nadie quería ser el abusador en ese momento. Ahora ¿a quién le importa? El asunto es sobrevivir y terminar de llegar a donde sea que vayas", rememora Blanca Martínez, usuaria del sistema.
Problemas para todos. "Aquí nadie respeta nada. Ni siquiera mi barriga con ocho meses de embarazo. Voy de Gato Negro a Propatria para tratar de ir sentada, pero es el tercer intento que hago y, fíjate, los asientos azules están ocupados mayormente por jóvenes y nadie se para. Esto se lo llevó quien lo trajo".
Martha Lozano tiene 38 años y usa el Metro desde que se inauguró, pero jamás había visto tanto caos, tumulto y falta de conciencia cívica como en los últimos cinco años.
"La gente ha perdido totalmente la cultura que antes había. Se aglomeran en la entrada de los vagones. El problema es que los trenes se demoran mucho y se junta tanta gente. Además, los vagones no tienen aire acondicionado, ni las estaciones, y para terminar de ponerla, muchas escaleras eléctricas no funcionan. Parece que el Metro a nadie le duele", explica.
Según datos oficiales del Metro, hay actualmente 22 escaleras fuera de servicio de las 117 instaladas. Pero para los que deben subir a pie largas escaleras por la falta de mantenimiento en las mecánicas, el número es lo de menos ante el sudor y la molestia.
Más de 10 trabajadores del Metro apostados en la entrada de las estaciones, los torniquetes y los andenes hacían esfuerzos por agilizar el tránsito de los usuarios. Pero el verdadero cuello de botella está en el andén. Los trenes demoraban mucho y la impaciencia de los pasajeros aumentaba.
Desde Pérez Bonalde, Plaza Sucre, Gato Negro hasta Chacaíto, los que intentaban abordar sudaban como en una pesadilla; igual quienes debían bajar en esas estaciones.
Insultos, codazos, sopores, malos olores, pisotones, empujones, calor insoportable y una que otra escaramuza entre pasajeros fue una constante hasta que, en la estación Chacaíto, los vagones se descongestionaron mínimamente.
Esa mañana, la directiva del Metro informaba que sólo 7% de los vagones carecía de aire acondicionado. Otra historia vivían los usuarios.
A medida que el tren se desocupaba, entraban los "pedigüeños". Desde una colecta para un entierro, la operación de una niña de 2 años o para ayudar a dos jóvenes: "Acabamos de salir de la cárcel de Uribana y pedimos su ayuda porque no queremos volver a delinquir".
Causas. "Yo creo que los usuarios tenemos gran responsabilidad en esto. No respetamos las normas. Es triste y lamentable, pero quienes más las irrespetan son jóvenes y estudiantes que comen arepas, empanadas, chucherías, beben refrescos dentro de las instalaciones y nadie dice nada. Hemos visto por Internet cómo algunas personas orinan dentro de las estaciones sin que se les llame la atención", comentó Zulay Noguera.
Ashley Martínez y José Rosales, directivos del Sindicato de Profesionales y Técnicos del Metro de Caracas, explicaron que hasta 1997 el Metro transportaba entre 300 mil y 500 mil personas. En 2010, lleva casi a 2 millones de pasajeros por día, aunado a la falta de inyección de recursos para la modernización de los equipos: "No se planificó el crecimiento de los usuarios. A eso se suma que la vida útil del Metro es de 15 años y ya llevamos casi 30".
"Para los trabajadores siempre ha sido un mito conocer el destino de los recursos", explicaron en relación con las gestiones anteriores del sistema.
Trenes enfermos. El martes 16 de noviembre, estaban operativos sólo 34 de los 50 trenes de la Línea 1, pero finalmente trabajaron con 26. En los últimos meses, según información de trabajadores del subterráneo, hubo días en los que trabajaron sólo con 16 unidades de transporte.
"Con la nueva administración, se retomó el tercer turno, que era imprescindible para que se pueda dar mantenimiento por la noche a los trenes. Las anteriores administraciones lo habían suprimido aduciendo que era mucho el gasto, por lo que teníamos que dar el servicio en el día, ocasionando los problemas que todos conocemos", explicó Stéfano de Genaro, gerente ejecutivo de mantenimiento.
Durante las administraciones de los ex presidentes del sistema Metro Gustavo González López y Claudio Farías, el crecimiento del personal administrativo fue geométrico, lo que produjo que en la actualidad haya tres trabajadores administrativos por cada personal técnico.
Después de un atropellado viaje mañanero, Martha Lozano, la señora embarazada, regresaba a su casa a las cinco de la tarde y se sorprendió.
"No sé si será suerte o hicieron algo para agilizar los trenes, pero por primera vez en mucho tiempo puedo viajar sentada. Claro, sigue lleno y, como la gente sudó durante toda la mañana, te puedes imaginar, es como viajar con la sinfónica. ¿Por qué? Pues por los violines, mi amor", comenta con gracia.
Martha agrega a su comentario: "Por lo menos no tuve que esperar la media hora que me toca todos los días para regresar a mi casa. Ojalá Dios haga el milagro y la pesadilla se convierta en alegría".